martes, 15 de julio de 2008

Paulo Freire


Paulo Reglus Neves Freire nació en Brasil el 19 de septiembre de 1921 en la ciudad de Recife, capital del estado de Pernambuco. Este estado forma parte de la zona del Nordeste, región que hasta hoy se reconoce como la más pobre y la de peores condiciones de vida de todo el país. Así, podemos asegurar que Freire vio de cerca la miseria, marginación y explotación de los desposeídos brasileños y, seguramente, ése fue el origen de su incansable lucha en contra de la injusticia social, misma que se reflejó en el desarrollo de sus estrategias pedagógicas.


¿Por qué y para qué aprendemos?


Paulo Reglus Neves Freire (1921-1997).


Para Freire, aprender y enseñar son actos simultáneos: sólo se puede enseñar aprendiendo y cuando aprendemos también enseñamos. Una cosa no existe sin la otra. Lo anterior se debe, según la explicación freiriana, a que:

[...] fue aprendiendo socialmente como, históricamente, mujeres y hombres descubrieron que era posible enseñar. Fue así, aprendiendo socialmente, como en el transcurso de los tiempos mujeres y hombres percibieron que era posible –después, preciso– trabajar maneras, caminos, métodos de enseñar. Aprender precedió a enseñar [...]. 2

Así, si aprender fue primero que enseñar, el educador no es tal si no está dispuesto a aprender con y de sus educandos, pues “nadie educa a nadie. Nadie se educa solo. Los hombres se educan juntos en la transformación del mundo”.3

Por otro lado, no hay que olvidar que el ser humano, a diferencia del animal, tiene una relación activa con el espacio y con el tiempo, pues tiene la capacidad de transformarlos. En contraste, el animal se adapta a su medio sin otro móvil que su nato instinto (que no conciencia) de sobrevivencia, es un ser cerrado en sí mismo que no toma decisiones, no tiene finalidades, no es capaz de darle sentido al mundo, es ahistórico.

Por su parte, el hombre es un ser abierto que se integra al mundo creativamente, posee una captación reflexiva de lo que lo rodea, toma decisiones y responde a los desafíos que le son impuestos, por eso su vida es “existencia histórica”. En una interpretación muy personal del Génesis de la Biblia católica, me parece que comer del fruto del árbol prohibido, el árbol de la sabiduría, es una representación de esa transición del hombre de un ser ahistórico, de un animal, a un ser que se da cuenta de que su existencia es finita y que su relación con el mundo está ubicada en un tiempo y espacios específicos. Así, este nuevo ser pierde el “paraíso”, o sea, la comodidad de pertenecer a un mundo cuyas leyes son incuestionables e inmodificables y de las cuales él no es responsable. En cambio, podemos decir que nuestra especie se caracteriza por su capacidad de hacer conciencia de sí mismo y del mundo, conciencia que le permite no solamente estar “en” el mundo, sino estar “con” el mundo.

De esta manera, el hombre aprehende el mundo y aprende del mundo. Pero éste no es un aprendizaje solitario, es, como afirma nuestro autor, aprendizaje colectivo. Sólo después de que juntos mujeres y hombres tomaron conciencia de que aprendían del mundo, fue que descubrieron la posibilidad de enseñar.


Asimismo, es posible afirmar que el hombre no sólo tiene contacto con el mundo, sino que construye una relación con éste, relación que puede ser transformada ad infinitum. Por esta razón, Paulo Freire nos recuerda que somos seres inacabados, es decir, en constante formación y transformación. Nuestro eterno “estar siendo” nos convierte en seres con vocación, y es aquí donde Freire fundamenta su pedagogía para la liberación, pues afirma que nuestra vocación es, precisamente, la libertad.

Así, fundada en la libertad, la pedagogía de Paulo Freire se convirtió en un bastión fundamental de la educación popular, cuyo objetivo principal era (y sigue siendo) la superación de la opresión en la que viven las clases bajas de los países latinoamericanos y, en general, de los que forman parte del llamado Tercer Mundo. Entre las características más generales de la propuesta pedagógica del brasileño podemos mencionar que ésta se destaca por señalar la necesidad de la construcción de nuevas relaciones entre los sujetos y entre éstos y el saber. Por otro lado, Freire nos recordará, una y otra vez, que no podemos separar la práctica de la teoría. La práctica es para Freire la reflexión que deviene acción, y es sólo la acción la que nos puede llevar a la transformación social que la pedagogía liberadora busca.

¿Fin de la historia?

Desde finales del siglo XIX la escuela parecía atravesar por una crisis,4 se tenía la impresión de que algo no funcionaba, y peor, se pensaba que la escuela dificultaba más que facilitar el aprendizaje. A raíz de ello, surgieron varias corrientes que cuestionaban la escuela tradicional, es decir, una escuela con relaciones y métodos autoritarios, cuya realidad estaba al margen de la vida, fundamentada en la disciplina y el castigo y, entre otras cosas, con un método basado en el orden y la programación, donde el maestro tenía el papel principal, mientras los alumnos “debían acostumbrarse a hacer la voluntad más de otras personas que la suya propia”.5 Entre los críticos de esta escuela hay muchos nombres conocidos: Freud, Marx y Engels, Makarenko, Gramsci, Althusser, Bourdieu y Paulo Freire, entre otros.

En este contexto y desde América Latina, Freire lanzaba su crítica a la escuela tradicional. La escuela latinoamericana no sólo poseía todas las características arriba mencionadas, además estaba marcada por la colonización, pues apoyaba desde entonces la idea del pueblo como un objeto, una masa ignorante, y no como un sujeto.

En ese sentido, el pedagogo brasileño cree que la escuela debe dejar de responder a los intereses de los poderosos para ponerse a disposición de las clases populares, ayudar en el desarrollo de una conciencia crítica y formar parte de la lucha por la dignidad.

Así, la educación no constituía tan solo la “ambición de conducir al alumno al contacto con las mayores realizaciones de la humanidad”6 a través de la simple observación e imitación, educar debía significar:

[...] crear la capacidad de una actitud crítica permanente, actitud que permita al hombre captar la situación de opresión en la que se halla sumido, y captar esa situación de opresión como limitante y transformable.7

Hemos señalado más arriba que Freire se preocupó por dejar claro que la realidad es modificable, pues, para el brasileño, un educando es el sujeto de la producción del saber (y no depósito de conocimientos), cuyo fin es ser sujeto de su propia historia, es decir, constructor de su propio proyecto histórico, ya que, explica, “mi presencia en el mundo no es la de quien se adapta a él, sino la de quien se inserta en él. Es la posición de quien lucha para no ser tan sólo objeto, sino también sujeto de la historia”.8

Por todo lo anterior, podemos decir que Freire se muestra en contra de la ideología fatalista, es decir, en contra de la tendencia a pensar que el orden mundial en el que vivimos es natural e inevitable, en otras palabras, que es inmodificable.

La idea de Fukuyama sobre el “fin de la historia” es parte de esa corriente fatalista. Para él la derrota del socialismo real en 1989 significó el triunfo definitivo e incuestionable del capitalismo y de la universalización de la democracia liberal. Y no es que esto sea una desgracia completa, el problema es que proclamar al capitalismo como el mejor sistema mundial posible, sus vicios y defectos se vuelven también incuestionables, son los “males necesarios”. Ante esta perspectiva, no nos queda más que, como dice Eduardo Galeano, padecer la historia, y con ello, padecer la injusticia social, la pésima distribución de los ingresos, la cultura de consumo, etcétera.

De este modo, pensar que el capitalismo, o cualquier otro sistema económico-social, es imperfectible contradice la naturaleza inacabada del ser humano y su eterno “estar siendo”. En ese contexto el aprendizaje sería imposible, pues ¿qué se puede aprender de un mundo en el que ya se ha dicho todo, un mundo inflexible y hermético? ¿Acaso nos tendríamos que conformar con repetir lo que se ha dicho e imitar lo que se ha establecido como lo “mejor”? Freire no lo piensa así, no cree en el fin de la historia, no acepta el punto final que los poderosos le han puesto a una realidad que los favorece sólo a ellos.


En las escuelas del Movimiento de los Sin Tierra (mst) se estudia la historia sobre la injusta repartición de tierra en Brasil y la trayectoria del Movimiento por la Reforma Agraria.


El constructivismo freiriano

Haciendo un resumen somero, podemos decir que la pedagogía propuesta por Paulo Freire comprende, más o menos, las siguientes premisas:

a) Todos pueden aprender.

b) Todos saben algo.

c) El sujeto es responsable de la construcción de conocimiento y de darle un nuevo significado a lo que aprende.

d) Se aprende cuando el educando posee un proyecto de vida donde ese conocimiento es significativo.

En este tenor, educar y educarse se convierte en un acto político, en un acto creador, pues significa aprender a hacer una lectura crítica del mundo y, sobre todo, la capacidad de pasar de la inmersión en la realidad hacia el distanciamiento que nos permita la concientización, acción que precede a la transformación social. Hay que recordar que Freire pretende (y no lo insinúa, lo dice literalmente) el desarrollo de una pedagogía del oprimido, de la educación de y para los social y económicamente marginados. En esta línea, la concientización significa el reconocimiento de que se pertenece a una sociedad de opresores y oprimidos, y la posibilidad de desentrañar el tejido social que hace que ese tipo de socialización sea hegemónico, así como analizar y cuestionar el discurso bajo el cual los opresores legitiman su poder. Reflejo de esta visión es el sistema de alfabetización de adultos propuesto por Freire, cuya ejecución debe estar acompañada de:

1. Investigación temática. Se refiere a la elaboración de una biografía propia a través de un tema generador. El tema generador depende del momento específico que se vive y a través de él se pretende establecer un diálogo con el mundo que mediatiza al educando. Este paso significa, según Freire, el ingreso al universo temático del pueblo.

Los educadores de estas escuelas son personas acampadas con educación media y con algún curso de magisterio impartido por el propio mst.


2. Tematización o decodificación de los temas que integran la realidad social y la vida de cada educando. Aquí, el educador identifica el universo de temas que los educandos exponen. Se trata también de hacer interactuar a los alumnos a través de la discusión sobre lo que han identificado como su visión de la realidad social.

3. Problematización o visión crítica de la realidad social del educando. En esta fase es donde se aspira a incentivar la acción hacia la libertad, ya que, a través de esta visión crítica “el hombre deja de estar atado a lo que es y percibe la necesidad de la lucha por lo que puede ser.”9

Entonces, no sólo se trata de aprender a leer y escribir, la escuela debe ser un espacio donde analizo el entorno social en el cual me desenvuelvo, es un espacio donde hombres y mujeres aprenden a dialogar sobre sus experiencias de vida, pues, si no es para compartir mi experiencia y mi visión del mundo, ¿qué sentido tiene aprender a leer y escribir?, ¿leer y escribir sobre qué?, ¿para qué?

La idea anterior nos permite decir que la relación hombre-mundo está forzosamente acompañada de la relación hombre-hombre, cuya correspondencia está marcada por la comunicación, esto es, por la palabra. El lenguaje surgió ante la necesidad de dialogar con el otro, de pronunciar el mundo que percibíamos y cotejarlo con el mundo de los otros. Para Freire, la palabra es el vehículo necesario entre reflexión y acción, la palabra es praxis, es la posibilidad de, a través del diálogo que ella genera, transformar al mundo.

De esa premisa surge la teoría de la comunicación pedagógica de Freire, cuya proposición esencial es que la educación es diálogo, es el encuentro entre dos o más sujetos cuyo objetivo es la búsqueda colectiva de los significados sociales. Por ello, la educación no puede ser vista como una mera transmisión de conocimientos de un sujeto que sabe a otro ignorante (recordemos que todos sabemos algo), sino la coparticipación en el acto de comprender. En palabras llanas, la comunicación pedagógica de Freire recuerda que la educación es un acto comunicativo en el que los signos lingüísticos de educandos y educadores deben compartir un mismo universo. Esta comunicación es bilateral y sólo es posible con la comprensión de los condicionamientos socioculturales del educando. Educar no es invasión cultural, no es mesianismo, no es subestimación, es un proceso en el cual se respeta al alumno, es concientizar sin violentar la conciencia del otro.

Romper con las dicotomías tradicionales es romper con los métodos autoritarios. Nos referimos a los binomios que aseguran que el maestro educa mientras el educando aprende, el primero sabe, habla, disciplina y escoge los contenidos programáticos y el segundo ignora, escucha, se disciplina y se adapta a los contenidos. En cambio, la educación para la liberación niega la unilateralidad del aprendizaje entre educador y educando, despierta la creatividad y la reflexión, busca la comunión y la solidaridad, busca una relación horizontal entre profesor y alumno, pues no se puede aprender a ser democrático a través de métodos autoritarios.